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De la influencia y mano del pensamiento positivo se ha incrustado en nuestra conciencia colectiva la idea de que estamos obligados a tener emociones positivas y a ser felices.

Se presenta a la ilusión o a la alegría saltarina y jocosa como sinónimas de la felicidad; como si la misma no pudiera encontrar cobijo en una mente serena y reflexiva apalancada en la satisfacción de haber cumplido lo que tenía por obligación o la paz de quien hizo todo lo posible a pesar de no haber alcanzado el logro deseado o quizás… ¡váyase a saber dónde la encuentra cada cual!

¡Qué frivolidad! Cuando en un claro intento de mostrarse en el más absurdo de los esnobismos intelectuales se estudia el nivel de felicidad alcanzado por una institución (Defensa, a través de la Universidad San Jorge de Zaragoza, medirá el “grado de felicidad” de los alumnos de la Academia General Militar de Zaragoza. 31-12-2014 ECD). Tiempo atrás se hablaría de satisfacción jamás de felicidad o ¿acaso son formas equivalentes?

Como consecuencia, hay una tendencia a valorar como patológicas conductas que hasta ahora tenían la consideración de normales: la rabia ocasionada por una injusticia, la angustia por un despido, el período de duelo que acompaña al desencuentro amoroso o al fallecimiento de un familiar, incluso a las rabietas más o menos frecuentes de nuestros hijos.

La tiranía de lo jovial, de lo alegre y desenfadado, del discurrir por la superficie de lo que  la vida es sin preguntarse por el trasfondo de la misma, la venta del producto (marca personal, programas de TV, radio, seminarios, revistas, libros, charlas motivacionales incluidas) o receta facilona, a costa de la verdad.

Tal cúmulo de circunstancias nos envuelven en la banalidad más absoluta. Se prometen atajos inexistentes. Recuerdo la portada de una publicación que incluso se anunciaba con participarnos las claves de la felicidad: Cómo hacerse RICO y ser + influyente + astuto + sociable + FELIZ. En una mayoría abrumadora (de la que tuitea claro está) tuitear se manifiesta como la mayor expresión de reflexión posible en una persona.

Veamos. ¿Cuál es la pulsión motora de quien tras una larga jornada laboral se sienta paciente con los hijos en la ayuda de sus deberes? ¿La ilusión?

¿Y del médico de guardia que superado su turno se ofrece en la ayuda del colega sobrepasado por una repentina catástrofe? ¿La ilusión?

¿Y del bombero que jugándose la vida acude en auxilio del que angustiado ve peligrar su vida o sus enseres personales? Nuevamente ¿la ilusión?

¿Y los padres que en su desempeño se muestran como tales apoyando y “reconstruyendo” al hijo que la vida les ha devuelto roto? ¿La ilusión? Y así, tantos y tantos que en su esfuerzo se presentan con grandeza de alma y condición.

Dejémonos de frivolidades, es el compromiso con los principios de justicia, de amor, y de entrega, entre otros, así como valores a ellos supeditados tales como: el esfuerzo, la lealtad, el trabajo, “la ilusión”, etc., el motor y la guía del comportamiento humano. De no ser así lo que nos restará será vagar por la vida en un discurrir sin sentido.

Cuanto menos, resulta paradójico que un valor de “segunda división” (La ilusión, puesto que debe estar supeditada a los principios) sea tratado como el promotor de la felicidad.

Es el compromiso, con la verdad,  con la justicia,  con el amor, la auténtica fuente de combustible vital. No desdeñemos la ilusión que acompaña al proyecto que se nos anuncia grato y retador, pero la respuesta, la verdadera respuesta, no se soporta en la misma.

Es el amor, y no la ilusión, la guía de quien apoya a sus hijos en los deberes; es el sentido del deber, de la obligación comprometida y, en última instancia, el amor por sus semejantes, la causa última del médico de guardia o del bombero o del militar o del amigo que nos brinda su hombro en nuestros desencuentros con la vida. Reconozcamos en el compromiso lo que irreflexivamente hemos otorgado a la ilusión o reilusión de algún que otro motivador.

Publicado el 13/1/2015 en El Confidencial Digital.

La ilusión como espejismo.