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A la sombra de la psicología positiva, disciplina universalizada por el psicólogo Martin Seligman en el año 1998, se ha generado una corriente de opinión auspiciada por un sinfín de libros de autoayuda, coaches, ponentes, y motivadores, de lo que se ha dado en llamar “pensamiento positivo”.

Sonia Lyubomirsky

El mismo, calificado como optimismo inteligente por muchos, se diferenciaría del optimismo sin más, en que aquél, reconociendo las dificultades que nos trae la vida no por ello deja de pelear en la búsqueda de motivos para experimentar una vida plena y, sobre todo, feliz. Calificar de inteligente al optimismo le confiere una pátina de legitimidad que en caso contrario parece le sumiría en una “bobería” más que evidente.

Ilusión, reilusión, motivación, felicidad, son sus calificativos y coletillas. Términos que, como memes evocadores de conceptos por todos deseados, nos dejan desarmados ante cualquier intento de crítica hacia las bondades del pensamiento en cuestión.

¿Quién no desea sentirse motivado, ilusionado o feliz? Siendo así, cualquiera que ose mostrarse en desacuerdo o siquiera trate de matizar tal corriente de opinión rápidamente cae en el vacío más irredento.

Libros de autoayuda, ponentes, y motivadores del pensamiento en cuestión, jamás nos mostrarán un semblante serio, comprometido, desfigurado por el esfuerzo y el sufrimiento,  todo se acabará concretando con banal alegría e insustancialidad manifiesta. Sus recetas se muestran axiomáticas de cómo lograr la felicidad a partir de comportamientos observados en las personas que se dicen felices. Así, si las mismas se comportan de forma agradecida, deberemos mostrarnos como tal; si generosas, desprendidos; si amorosas, cariñosos…

Aunque pudiéramos trepar a un árbol cual simios, jamás seríamos congéneres, no podríamos ser ni sentirnos como ellos. En silogismo evidente, por mucho que nos empleemos en acciones que se les suponen a las personas felices si no se apalancan en el deseo sincero de respetar en forma amorosa a los que nos rodean todo se mostrará como un castillo de naipes. Falso de toda falsedad.

Tan apuntalados se encuentran en nuestra mente pensamientos tan edulcorados que si un joven no se presentara motivado o ilusionado en lo que hace o debiera hacer quedará legitimado en su apatía por la comprensión de  su entorno; sin atributos tan deseables nada es posible ni reprochable. ¿Cómo  estudiar sin motivación? ¿Cómo entregarse sin ilusión? De encontrarse la verdad de lo que la vida es cobijada tras recetas tan bienintencionadas, ¿en qué lugar quedarían los padres que sacrifican tiempo y ocio en beneficio de sus hijos? ¿Y el que trabajando con esfuerzo y dedicación acude a su diaria responsabilidad sin otro ánimo que no sea la búsqueda del necesario sustento? ¿Y el que amante de la historia, trabaja en su tesis doctoral a pesar de la falta de ilusión que le produce esfuerzo tan árido y poco llevadero? Y…

En ocasiones, cuando se apela al rendimiento económico en una empresa, se presenta como el resultado de multiplicar talento por compromiso. ¿Por qué no mutar compromiso por ilusión o tal vez motivación o quizás felicidad? ¡Qué confortable resulta acogerse a la ilusión como sustitutiva del mismo!

Queramos o no, el compromiso se nos anuncia como expectante de algún que otro sacrificio o trago amargo, por el contrario la ilusión… ¡A quién no le gustaría sentirse siempre ilusionado! Pero la vida es mucho más que gozo y alegría.

Cuando apelamos a la búsqueda de la felicidad, de la motivación o de la ilusión, nos anunciamos como interesados en sentirnos plenos de dicha,  actitud que, de no encontrar compañía en otras más trascendentes, nos presentará como singularmente expectantes de gozo egoísta. Yo quiero ser feliz, yo quiero estar ilusionado, yo quiero sentirme motivado. Yo, yo, y yo, y después de otro yo más, todo lo demás.

El compromiso, por el contrario, admite otro tipo de consideraciones relacionadas bien con nosotros mismos o con los demás. Tanto en uno como en otro caso, supone enfrentarse a cometidos que en  ocasiones desearíamos no tener que encarar. En ellos aparece la obligación, el sentido del deber o la consideración amorosa por nuestros semejantes.

En cualquier caso, admite subproductos como los enunciados (ilusión o no, motivación o no…), jamás al revés. Su fuerza, se encuentra en la creencia de que el ser humano es el bien superior, no en el utilitarismo de quién sin convencimiento alguno plagia a las personas que se dicen ilusionadas, motivadas, y felices.

En palabras de Aldous Huxley: “La felicidad no se consigue por la búsqueda consciente de la felicidad; generalmente es el subproducto de otras actividades”. Y, si no que se lo pregunten al gatito que inquieto giraba sobre sí en busca de la felicidad.

“Un gato grande ve cómo un gatito trataba de agarrarse la cola y le pregunta: ¿Porqué lo haces? Y el gatito le dijo: “Porque he aprendido que lo mejor es la felicidad y mi cola es la felicidad” Y el gato grande le respondió: yo también sé que mi cola es la felicidad, pero me he dado cuenta que cuando la persigo se me escapa, y cuando voy haciendo lo que tengo que hacer ella viene detrás de mí por donde quiera que yo vaya” (Cuento hindú).

Publicado el 1 de Abril de 2015 en El Confidencial Digital.ç

Rendimiento y pensamiento positivo