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¿Hasta qué punto podemos aceptar la existencia de un saber inútil? ¿El saber sólo  puede ser concebido como un medio para la obtención de mayores y mejores utilidades?

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Al igual que de forma  un tanto sintética podríamos establecer que  el liderazgo -el auténtico- implica “hacer bien el bien”; el concepto sabiduría quedaría soportado por la idea de que la maldad, al alejar a la persona de su plenitud, no puede transformar el conocimiento en auténtica sabiduría. El saber sólo se puede calificar de sabio cuando busca la excelencia en el individuo, dicho de otra forma, el conocimiento para que pueda calificarse de sabio debe estar regido por principios en atención a perseguir el bien común.

Descartado el mal como fuente inspiradora de sabiduría, nos quedaría adentrarnos en las bondades del saber inútil.

Pero hagamos un inciso, ¿todo lo útil es valioso? Sensu contrario, ¿Todo lo valioso es útil? Sin lugar a dudas los conceptos útil y valioso no son sinónimos. La sociedad actual de forma un tanto frívola ha enaltecido el saber útil otorgándole de forma implícita la naturaleza  de valioso por el mero hecho de serlo.

El relativismo moral presente en nuestra sociedad ha magnificado la seguridad, el confort y el disfrute como valores supremos, de tal manera que muchas son las personas que viven de espaldas  a cualquier consideración de naturaleza ética. El cambio de paradigma del “ser” al “parecer” de alguna forma nos sugiere, aunque en sentido contrario, el enfrentamiento de Sócrates con los sofistas, en ellos la oratoria, la retórica, el derecho, estaba al servicio del éxito, del convencer como patrón de conducta, en definitiva  ganar.

El valor supremo es la victoria, todo lo demás le está subordinado. Falsear el lenguaje supone falsear todo lo que encuentra en él su cauce de expresión habitual; tal es el caso de la ley, la moral y, cómo no, el pensamiento mismo. En oposición al resultado, a lo útil como manifestación cumbre en el ser humano, emerge la figura de Sócrates. En él todo está supeditado a la búsqueda de la verdad. El lenguaje es una herramienta útil y valiosa en la medida que está al servicio de ella.

¿El amor a nuestros padres, hijos, pareja, amigos podría merecer el calificativo de útil? No cabe duda de que pensamientos espurios y retorcidos podrían encontrar utilidad en las relaciones de pareja o paterno filiales, pero estarían falseando su auténtica dimensión, es el amor y no cualquier otra consideración la pulsión necesaria en atención a su finalidad última: el desarrollo de una vida plena.

¿Qué utilidad tiene el cuidado de una persona mayor y enferma? Ninguna. Absolutamente ninguna; si se pretendiera valorar tal circunstancia en atención a la practicidad del hecho en si tendríamos que concluir que el sistema de referencia escogido resulta equivocado. Es el la elección libre,  responsable, y amorosamente asumida la que hace posible tal forma de emplearse.

Consecuentemente la utilidad como patrón de medida del saber pierde toda fuerza. Es el saber como fin en si mismo lo que movió a los antiguos filósofos. La voluntad de saber siempre ha estado presente en la persona, es un disfrute en el conocimiento, ¿cuántas veces la búsqueda del saber como delicatessen cognitiva, se ha topado con una utilidad no perseguida ni presentida?

Es el deseo de saber, la curiosidad, lo que en infinidad de ocasiones, ha propiciado el hallazgo accidental. La penicilina, posible gracias a un prolongado periodo vacacional de Alexander Fleming, o el descubrimiento de las neuronas espejo  cuando se estudiaba  en un simio una neurona, en atención a su respuesta motriz por parte de Giacomo Rizzolatti, Leonardo Fogassi y Vittorio Gallese,  son claros exponentes de lo apuntado.

Pero la filosofía -como saber inútil que es para muchos-, ¿merece tal calificativo? En modo alguno, puesto que no hay mayor practicidad posible que la de ser capaz de desarrollar una vida armoniosamente concretada.

El progreso tecnológico, así como el relativismo moral que, a modo de doctrina homogénea, magnifica todo lo que nos es útil, práctico y que sirve a nuestros fines,  propician que se asocie utilidad con valor y corrección, relegando a  un segundo plano a cualquier otra consideración  de naturaleza ético-moral.

Nuestros políticos son un claro ejemplo de neosofismo. Se trata de ganar, de destrozar al adversario, no importa la búsqueda de la verdad, el fin concretado en victoria es la razón última que justifica cualquier actuación. Un cambio de paradigma es necesario, la búsqueda de la verdad como elemento aglutinador en torno a la figura del político. Necesitamos del retorno a los orígenes: el ser por encima del parecer.

A mi buen amigo Antonio Manzano por su rigor y búsqueda de la verdad.

Publicado el 8/2/2013 en El Confiencial Digital

El saber inútil y la política