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El cambio de paradigma en la concepción de la filosofía del éxito, ocurrido a lo largo de los últimos doscientos años,  ha propiciado  un movimiento de naturaleza pendular en el que se ha transitado desde una concepción de la vida basada en el carácter,  esto es el ser, a una forma de hacer banal y superficial, concretada en el parecer.

Era del Ser

En la era del ser, el culto al carácter fue el motor de comportamiento del individuo hasta la primera guerra mundial. En la misma, el parecer era una consecuencia natural del ser. La apariencia se confundía con la esencia del individuo. La dinámica social entendía que el éxito era el desenlace lógico de un hacer integro, esto es, que se hacía lo que se decía que se iba a hacer.

En el cumplimiento de la palabra dada se concretaba la naturaleza de dicha filosofía. Tal forma de emplearse era presidida por valores de orden superior, denominados principios, tales como la justicia, la verdad, el bien común, etc. que obraban a modo de guía de valores de índole inferior, y por tanto a ellos supeditados, como el esfuerzo, lealtad, pasión, popularidad, rigor, etc.

Vistas así las cosas, se adivinaba en toda persona que ocupara una posición preponderante en la sociedad, una consecuencia natural de su bonhomía, criterio y excelencia ética. Se concluía como primera derivada, que solamente los mejores eran los que ocupaban  posiciones de liderazgo tanto en el ámbito  político, como en el docente, empresarial,  militar y  funcionarial, y como segunda, que el resultado de su esfuerzo se plasmaba en acciones presididas por fuertes condicionantes de carácter ético. El estudio,  preparación y experiencia eran pues una obligación lógica en aquellos que se sintieran llamados al desempeño de posiciones de responsabilidad.

En modo alguno pretendo mostrar una visión idílica de la misma  según la cual este era el comportamiento del común de los mortales; la mentira,  envidia, injusticia, soberbia y demás miserias de la naturaleza humana jamás nos han abandonado. No obstante, dicho lo cual, cuando la sociedad juzgaba lo hacía en atención a los parámetros anteriores.

Era del Parecer

En la era del parecer, últimos cincuenta años, también llamada de la ética de la personalidad (Estephen Covey). El “éxito”, contemplado como fin en sí mismo, es el objetivo vital que justifica cualquier actuación; así el engaño y la mentira son herramientas indispensables y “legítimas” de cualquier estrategia ganadora. El fin justifica los medios. El bien queda supeditado al resultado. La apariencia es la meta con abandono de toda ética enriquecedora del ser.

Ser y parecer no muestran la misma realidad, se aparenta lo que no se es, consecuentemente se vive instalado en el engaño.

La búsqueda constante de la apariencia en boca de la Doctora Catherine Benziger (la experta más destacada con respecto a los fundamentos neurocientíficos del modelo de tipos psicológicos del Dr. Carl Jung) puede devenir en algo así como la quiebra de nuestro ser potencial ,  “Cuando el individuo utiliza sus dones naturales y respeta su estilo dominante, además de su nivel de Extraversión/ Introversión, experimenta un bienestar fisiológico (la integridad). Cuando la situación es la opuesta, experimenta la enfermedad fisiológica (una violación de la integridad). En la medida en que el individuo ignora la integridad y se inclina hacia el desvío de su self, se condena a sobrevivir en niveles menores a los óptimos, en los cuales su vida se ve ensombrecida por la ira, la ansiedad, el miedo y la desesperanza. En tales estados de ánimo, el individuo es capaz de perderse el viaje emocionante y gratificante de la prosperidad”.

El resultado de la mentira

Vivir instalados en la mentira tiene como consecuencias la quiebra de nuestra integridad interior, nos sabemos mentirosos, y la quiebra de nuestra integridad exterior, no nos podemos presentar como generadores de confianza debido a que nos anunciamos  de forma mentirosa (decimos una cosa y hacemos otra).

Cuando un representante político, de izquierdas o derechas, nacionalista o independentista, dice una cosa y hace otra,  socava los pilares de la democracia, no hacen posible nuestra  confianza (vivimos en la mentira).

Cuando un empresario o directivo se emplea de forma distinta a lo que manifiesta dinamita el sentido de compromiso con la empresa, nadie en su sano juicio desea permanecer en ella (vivimos en la mentira).

Cuando un profesor en el ejercicio de su cometido no se concreta de forma ejemplar  está sembrando en sus alumnos un poso de infelicidad, amaga con una enseñanza que se materializa en la más burda de las mentiras (vivimos en la mentira).

Cuando un militar presume de dedicación y cariño por sus hombres y es incapaz de mirarles a los ojos porque su mirada atiende a temas de su única incumbencia, está tratando a las personas como cosas, es el ritual de una gran mentira (vivimos en la mentira).

Cuando los padres, en su cansancio, se ausentan de la dedicación debida a sus hijos, renunciando con ello a ser modelos de generosidad amorosa para transformarse en figuras de una pobre logística vital, no están dotando a sus hijos de la necesaria armadura vital -principios y valores concretados de forma efectiva- (vivimos en la mentira).

Publicado el 17/1/2013 en El Confidencial Digital.
La cultura del Ser y la del Parecer