Facebooktwitterlinkedinmail

El tránsito de la era industrial, a la del trabajador del conocimiento y de la información, nos puede enfrentar con  la mayor de las perplejidades. Tal como argumentaba Stephen Covey en su obra “Primero lo Primero” debemos cambiar de paradigma, no se trata tanto de ser cada vez más rápidos y veloces, como de ir en la dirección adecuada.

Bajo el manto de la rapidez, eficacia, y conocimiento compartido  se esconde un mundo lleno de descorazonadora indiferencia hacia el individuo. Confundimos las posibilidades que nos ofrece la tecnología, otorgándoles el rango de esenciales, con la mente y corazón de las personas, lo esencial, a los que acabamos calificando subliminalmente como de accesorios y prescindibles.

Cuando se habla de que un potencial trabajador debe ser capaz de desempeñar su cometido en cualquier lugar, con cualquier persona y en cualquier momento (paradigma tecnológico) ¿no estamos tratando al individuo como si de una commodity se tratara? ¿No estamos obviando lo esencial, la persona, al considerar que el asunto queda resuelto entrelazando los sistemas adecuadamente?

Cuando se  dice que hay que integrar al talento, ¿ a qué talento se  hace referencia?

Resulta evidente que si del talento musical se tratara, la orquesta sinfónica o el grupo musical serían la respuesta, sus mayores cotas de excelencia son ajenas en su interpretación a las TIC.

En cambio si nos refiriéramos  al talento corporal, la respuesta se concretaría en   la danza, el deporte, incluso en las artes plásticas; el equipo o la compañía son las manifestaciones más sobresalientes de interrelación humana también ajenas a las TIC.

Tampoco parece que sean los talentos de índole emocional los que tengan que ser objeto de integración tecnológica; la empatía, el liderazgo,  las habilidades sociales, etc., necesitan del contacto humano  y por tanto resultan extraños a las TIC.

Nos quedan pues los talentos de naturaleza cognitiva, tales como el matemático, espacial, asociativo y gramatical que se concretan en forma de algoritmos e información compartida objetivable pendiente de explotación posterior, ¿no será este el tipo de talento a  compartir?

¿Se pueden tratar de idéntica manera a todo tipo de  talentos? Pues sencillamente no, fundamentalmente debido a que el ser humano no se enfrenta siempre con la misma clase de dilemas, la naturaleza humana encara dos formas genéricas de problemas.

Cuestiones de índole operativizable; son aquellas en las que deben manejar variables cuantificables, predecibles y por tanto formulables,  son irremediablemente deterministas, consecuentemente teniendo el conocimiento y destreza suficientes y aplicando las recetas oportunas  encontrarán la solución adecuada, es más, dos individuos retados por el mismo problema y con el mismo nivel de conocimiento llegarán al mismo resultado.

El cálculo,  física,  gramática, informática, etc., etc., son problemas de esta índole; en ellos  el hombre se enfrenta a sí mismo, esto es, en contra de sus habilidades y conocimientos, puesto que el oponente, el problema, carece de voluntad propia.

Cuestiones de índole no operativizable; en ellas no existe fórmula alguna, la expertise se basa en el conocimiento y habilidad en la aplicación de grandes criterios.

La jefatura, el liderazgo, la negociación, trabajo en equipo etc., etc., forman parte de lo no operativizable; en ellos el hombre se enfrenta a otro ser humano en toda su complejidad.

Parece evidente pues que la integración del talento mediante las TIC solamente es posible cuando la observación del dato, o del hecho concreto, se manifiestan como una interpretación inequívoca para todos aquellos sujetos objeto de integración. El valor de la gravedad o el resultado de una multiplicación no son opinables, y por tanto son entrelazables sin mayor inconveniente.

En consecuencia el talento compartido vía TIC debe hacer referencia con exclusividad a aquel tipo de habilidades que acompañadas de conocimiento suficiente no ofrecen duda en cuanto a su interpretación.

Por el contrario tal posibilidad no existe en  aquellas disyuntivas de la persona que se encuentran más cercanas al arte que a la ciencia; desde otra perspectiva, la emoción no puede ser tratada al mismo nivel que al intelecto.

La dirección de personas,  de equipos, negociación, liderazgo, etc., resultan ajenas al conocimiento compartido por vía tecnológica, cuando se habla de entrelazar  talento, sin más calificativo, a través de las TIC, se nos está ofreciendo una visión engañosa de la realidad, puesto que no toda cuestión admite tal tipo de enfoque.  Se está obviando lo fundamental, lo esencial, esto es la persona.

La era del conocimiento cognitivo compartido, ya hace tiempo que anuncia la de la sabiduría, en ella se aúnan carácter y competencia en forma de criterio como elemento de síntesis de la sabiduría. El valor superior no es compartir conocimiento sino darle sentido y para ello se necesita el calor humano.

Publicado el 9/4/2013 en El Confidencial Digital.

Inteligencia Emocional y Tecnologías de la Información y comunicación