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No hace demasiado tiempo en una ponencia sobre liderazgo, impartida por dos -se supone- expertos, ante la típica pregunta sobre si el líder nace o se hace, ambos  al unísono afirmaron: el líder se hace.

La respuesta en cuestión marcó el final de su exposición por lo que no tuve oportunidad de hacer de abogado del diablo. Pensaba, y pienso, que aceptando tal aseveración nos quedaríamos postrados ante el siguiente dilema ¿y entonces por qué no lo somos todos?

En mi opinión dos son las posibles respuestas.  Primera , no lo somos  porque a muchos no nos interesa y  segunda,  porque no es verdad tal afirmación. Analicemos las dos opciones.

En cuanto a la primera -a muchos no nos interesa-, como consideración previa habría que señalar que toda acción humana requiere en su concreción de las siguientes premisas: voluntad (querer), potestad-obligación (poder-deber), y conocimiento  (saber-hacer). En consecuencia cualquier adquisición de nuevas habilidades necesita de acciones que, como requisito previo, partan de una manifiesta  voluntad de aprendizaje ; en pura lógica sin voluntad  será imposible que alguien aprenda a ser líder y consecuentemente “no se le podrá hacer como tal”.

No obstante, dicho razonamiento no invalida la premisa. Enunciar que el líder se hace    -el que quisiera hacerse-, sería lo mismo que decir que toda persona que tenga por voluntad  serlo, si dispone de medios para formarse, al final lo conseguirá. De resultar cierta tal aseveración el liderazgo sería una pura cuestión volitiva. Con voluntad y formación siempre  encontraríamos la forma de serlo.

De reafirmarnos en dicho planteamiento nos situaríamos al borde de la siguiente conclusión; todo aquel que lo desee con firmeza podría acabar siendo Miguel Ángel, Mozart, Napoleón, Tomás Moro, Nadal, Marc Márquez, Valero Rivera, etc [1]. Me temo que el sentido común nos dice que las cosas no funcionan así.

Todo ser humano goza, en su venida al mundo, de una serie de potencialidades  -inteligencias- que trabajadas y explotadas convenientemente dan la medida exacta de nuestros talentos.  Si no los llevamos  al límite nunca podremos concretarnos al máximo de nuestras posibilidades. Pero si no hay potencialidad el esfuerzo será baldío.

El desarrollo de la excelencia en el ser humano requiere como condición necesaria y primera tener talento. Bajo esa premisa y con dedicación suficiente se pueden alcanzar grandes logros. Un estudio de la Universidad de Harvard sitúa en  10.000 horas o su equivalente en 10 años de trabajo el tiempo necesario para alcanzar la maestría en cualquier actividad. ¿Pero quién dedica (con pasión) tal cúmulo de horas en una tarea que ni la va ni le viene? De ahí que la excelencia vaya unida al talento, y al gozo en su desarrollo.

¿Por qué el liderazgo, en cuanto a su maestría se refiere, va a comportarse de forma distinta al desarrollo de cualquier otra habilidad? Las reglas del mismo son trabajo, trabajo, y trabajo, sobre un lecho de talento y compromiso ético.

Aspectos intelectuales

Comunicar, negociar, conocimientos técnicos y políticos adecuados (inteligencia emocional) no son suficientes. Liderar no es un problema constreñido al ámbito  intelectual , que ni tan siquiera deviene en el más importante.

Aspectos éticos

 El mismo requiere de comportamientos éticos muy exigentes, y es ahí donde radica su extrema dificultad. Así, quien no reúne cualidades de integridad -hace lo que dice-, madurez, y generosidad dentro de un marco de fuerte compromiso ético con los demás queda invalidado para el mismo. La ética no admite ni vacaciones ni descansos, se es siempre o no se es.

Criterio

Las cualidades de naturaleza cognitiva y emocional -inteligencias, comunicación, negociación, resolución de conflictos, etc.-  son necesarias e imprescindibles para que en  unión con las de naturaleza ético-moral doten a la persona de criterio.

Por tanto, una hipótesis congruente sería esta: quienes no tengan capacidad suficiente o se vean incapaces de incorporar principios éticos a su vida, tampoco podrán mostrarse como personas con criterio y, por consiguiente, como líderes. Conclusión que da respuesta a la segunda postura,  la premisa no es cierta.

Solamente “se hace” aquel que con unos determinados talentos, quiere, se forma con perseverancia, y se muestra como  un referente ético de forma constante.

Aunque pudiera parecer que los condicionantes de carácter ético pueden ser asumidos con extrema facilidad por cualquier persona, la realidad nos muestra que no es así. Más escasos de lo deseado son los individuos que se comportan con un claro referente de tal naturaleza en sus vidas. De ahí que, bien sea por falta de compromiso ético o de capacidad intelectual, resulte tan difícil encontrar destellos de liderazgo en las personas.

En fin que para todo en la vida es necesario un talento que trabajado con pasión  posibilite las máximas expresiones de nuestra naturaleza humana. El liderazgo entre  ellas.

Sólo aquellas personas que posean cualidades intelectuales de base y que se entreguen -quieran- con compromiso al desarrollo de los demás en presencia de fuertes condicionantes éticos, serán capaces de ejercer un liderazgo inspirador. ¡Ah me olvidaba! Si la premisa fuera cierta ¡qué mal se enseña la materia!

[1] Los personajes citados no pretenden ser ejemplos de liderazgo, sí de excelencia. Al igual que en el liderazgo, la excelencia se traduciría en una  pura manifestación de  voluntad  ajena a todo talento.

Publicado el 8/5/2013 en El Confidencial Digital.

Si el líder se hace, ¿por qué no lo somos todos?