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En ocasiones, asomarse a la función directiva en una empresa puede ser consecuencia de un largo camino de entrega y aprendizaje; otras veces, por el contrario,  es un “premio” que por sobrevenido deja al descubierto  carencias que difícilmente dejarán de serlo en un plazo de tiempo relativamente corto.

Pero dirigir no solamente requiere de talento emocional sino que, sobre todo y fundamentalmente, necesita de criterio ético; el único criterio que hace posible que las organizaciones crezcan en confianza. Si lo que rige la acción directiva en una organización es el acomodo a las circunstancias sin más, el día que la persona no forme parte de ese acomodo, fácil resulta adivinar lo que le espera: el capricho y la arbitrariedad como norma de conducta habitual.

El criterio técnico

Habitualmente los inicios laborales de cualquier persona vienen marcados por un señalado carácter técnico. En ellos, el individuo, se enfrenta con tareas y rutinas que en la mayoría de las situaciones no suponen dirigir los cometidos de otros. Como muy excepcional se puede calificar la circunstancia por la cual alguien  se inicia  dirigiendo el desempeño de los demás.

Una ejecución técnica acertada, y unas maneras potencialmente adecuadas, harán posible la asunción de tareas de mayor nivel de responsabilidad; en lógica consecuencia  deberá enfrentarse a problemas que, hasta ese momento, habían permanecido ajenos en su discurrir diario.

De continuar su progresión profesional se dará la circunstancia que, inmerso plenamente en el plano político, observará con inquietud que su  “saber-hacer” se mostrará como adecuado o no en función de parámetros para los cuales no ha recibido formación ni criterio alguno.

¿Cuáles habrán podido ser hasta entonces sus fuentes de conocimiento en lo que a la dirección de personas se refiere?

Su familia, equipo deportivo, amigos, colegio y universidad serán los referentes de los que habrá extraído su más bien escaso bagaje directivo.

¿A dónde acudir? ¿Dónde encontrar referencias que permitan acelerar el necesario ajuste a la función?

¿Pero quién se ha preocupado por transmitir a nuestro  directivo  referentes propios de la inteligencia emocional? ¿Quién le ha podido mostrar, con cariño y paciencia como si del Santo Job se tratara, criterio, ejemplo, conciencia política, empatía y un largo etcétera de consideraciones esenciales de todo buen hacer directivo? ¿Cómo enseñar respeto en un aula que observa, con perplejidad manifiesta, a un profesor ingiriendo una bolsa de patatas fritas ante la exposición humillada de un alumno?

No creo que sea la escuela actual y menos la universidad, endogámica y aislada del mundo exterior, ensimismada en un conocimiento intelectual que observa con desapego conocimientos que cada vez se muestran como más relevantes.

¿Qué rigor formativo podemos encontrar en las discusiones entre amigos o equipos deportivos?

¿Dónde buscar entonces?  Que una persona se manifieste con criterio supone que en sus decisiones están presentes de forma acertada, además del componente técnico, las relaciones con los demás.

Carácter y competencia dotan al individuo de criterio adecuado. Es en la armonía de ambos componentes donde se situará el directivo con mayúsculas.

El carácter

La esencia de lo que es una persona se concreta en el carácter, viene definido por lo que  “hace”, por cómo se emplea, por sus hábitos.

Presentarse como un individuo creíble, que cumple lo que dice; que lo que dice y hace guarda sintonía con la verdad, son requisitos que, de resultar acompañados de una forma de ser firme y resuelta, nos presentarán a alguien especialmente dotado para la dirección.

La integridad, la verdad, la paciencia, el ejemplo, el coraje… son valores que no conocen de sectores económicos ni de especialidades directivas. Se es, uno e inequívoco, o no se es.

Escuelas de dirección.

La primera y más fundamental es la familia, en ella adquirimos las referencias que en la mayoría de los casos marcarán nuestro devenir posterior.

El amor incondicional, el ejemplo de los padres y su consejo, son la fuente de la que bebemos  en la mayoría de las situaciones.

También, hasta no hace demasiado tiempo, la escuela era otro claro referente  en el desarrollo del carácter  del joven. El maestro, figura que no solamente aspiraba a formar el intelecto del alumno sino que también y fundamentalmente se nos presentaba como un ejemplo a seguir, era la piedra angular del proyecto. Educaba y se mostraba de forma mucho más ambiciosa que el actual  profesor.

El deporte también se nos muestra como otro posible crisol de carácter. Al igual que en la escuela depende, y muy mucho, de quién guie los designios del grupo. Una derrota silente y atemperada por un entrenador sabio de condición puede ser una importante fuente de mejora, en caso contrario, se estarán propiciando los pilares de un carácter díscolo y caprichoso.

Por último nos encontramos con la universidad, centros de conocimiento -así se nos presentan- que en la mayoría de los casos desarrollan su labor docente de espaldas a un saber que resulte condicionado por patrones de índole ética.

Y si en ninguno de esos escenarios encontramos oportunidad de mejora, tampoco  busquemos referencias en  la televisión –Master Chef incluido- para mostrarnos cómo jamás se debe corregir a una persona. ¿Y el trato afable y considerado? ¿Dónde queda tras la impostura de los “jueces del teatrillo” al emplearse de forma  tan soberbia y grosera?

Tal como apuntábamos al inicio, son muchas las ocasiones en las que un joven con conocimiento técnico adecuado se enfrenta de forma inopinada con la labor directiva.

Pobre bagaje para quien a partir de ahora debe “dirigir” a otras personas. Ante cualquier contratiempo o circunstancia se empleará con las herramientas previas que como persona ha adquirido.

Las escuelas de dirección, solamente las más prestigiadas, nos enfrentan con procesos de reflexión y toma de decisión que deberían propiciar un mejor empleo directivo. Siendo esto cierto no podemos obviar que su práctica deviene en imposible, estamos en el aula.

Así, el proceso reflexivo se nos presenta como condición necesaria, pero nunca como suficiente.

Es en el día a día, de la mano de directores, que se emplean a modo de mentores expertos, cuando el problema podrá encontrar respuesta.

Es en el hacer, en el sentir, y no sólo con el conocimiento intelectual, donde encontrar inspiración. El mundo no hay que entenderlo hay que sentirlo.

Publicado el 21/7/2014 en RRHH Digital.

¿”Cómo hacerse” en el arte de dirigir?