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De manera regular en el ámbito de la empresa, y en muchos casos más cerca del show bussines que del intento formativo, se celebran sesiones, denominadas de motivación, en las que se tratan temas de lo más variopinto: optimismo e ilusión, cómo ser feliz, reilusionarse, resiliencia, y un largo etcétera de títulos que a modo de tierra prometida nos ofrecen solución a muchos de nuestros desencuentros con la vida.

De forma más que habitual,  el concepto, motivo de la sesión, viene ilustrado  por la narrativa de una historia que, por ejemplarizante, resulta  inspiradora. El tono vibrante del orador se mostrará como necesario cuando de lo que allí se trata versa sobre la ilusión o la motivación; por contra, cuando el hilo conductor de la misma se sustenta  de la mano de la biología o alguna ciencia afín, será la postura firme y pausada la que acompañe en su dicción al ponente.

En cualquier caso, la consecuente conclusión se mostraría de la siguiente forma: si el protagonista, en historia tan desfavorable, fue capaz de emplearse motivado, con ilusión o felicidad,  la mayoría, ajena a compromisos tan desalentadores como el expuesto, no tiene excusa alguna para no mostrarse  de la misma manera.

Tal secuencia lógica sugiere que con el entendimiento del concepto el asunto queda resuelto y finiquitado. Pero ¿qué ocurriría si en lugar de ceñirnos a  conceptos tan elevados nos empleáramos de igual modo pero con  temas mucho más mundanos y pedestres como es el caso del dinero?

Buscada la historia ilustrativa (hay muchas, como la reflejada en la película En busca de la felicidad) de una grave situación de infortunio personal, de la que, tras inusitado esfuerzo y sufrimiento, se sucediera el amasado de una gran fortuna, resultaría fácil concluir que la mayoría, no enfrentada a tan grandes desafíos, podría conseguir lo propio. Si sustituimos dinero por ilusión, motivación, felicidad o resiliencia, observaríamos un paralelismo más que evidente.

¿Entendido?… Entendido. Aunque no parece que sea muy operativo ese razonamiento. ¿Cómo emplearse  al día siguiente? ¿Qué hacer al respecto? Puesto que aleccionados por el ponente,  y sabedores de nuestra  menor  penalidad, debiéramos ser capaces de acometer debidamente el asunto, ¿Qué pasos  dar en atención a conseguir lo entendido? Es entonces, y sólo entonces, cuando adquiere un significado profundo que entender no es suficiente.

Entretener al personal con espectáculos pretendidamente motivadores resulta atractivo, pero  por desgracia, también banal. El resultado, cuando el ponente domina las artes escénicas, resulta de lo más gratificante, pero -nuevamente el pero-  de lo más desalentador.

¿Qué ocurre con la persona que atraída por el título y desarrollo de los acontecimientos trata de emplearse al día siguiente según lo entendido?

¿Basta con entender que es mejor la felicidad que la infelicidad? ¿Lo propio con la ilusión, motivación, carácter o dinero? Sin lugar a dudas la respuesta es no. Entender se sigue mostrando como insuficiente.

Provocar la reflexión en un ambiente distendido y jocoso se presenta como altamente improbable. ¿Qué pensar cuando en un programa banal y desenfadado como es el caso de El Hormiguero -también son necesarias las parcelas de insustancialidad- aparecen individuos entregados a la sicología motivadora con recetas que devienen en doblemente espúreas? Y digo doblemente espúreas porque el arte de vivir no conoce de las mismas y, en el hipotético caso de que fueran posibles, un ambiente como el reseñado se manifestaría claramente hostil a la quietud y a la serena reflexión.

Tal circunstancia se concreta en un oxímoron actitudinal: se desarrolla una temática trascendente en un “sistema operativo” que por intrascendente banaliza cualquier mensaje. La risa y el jolgorio no siempre son deseables. Una actitud reflexiva invita a la reflexión. Un latigazo emocional al impulso irreflexivo. ¿Entretener o reflexionar? Esa es la cuestión de base.

La búsqueda interior tampoco es suficiente pero, de tener lugar, se transforma en una semilla de esperanza. De continuar por el camino de la acción, la sesión, como origen de la misma, habrá merecido la pena. Lo importante no es el logro, que lo es, sino el esfuerzo, la constancia, la disciplina, el camino. Buscarnos a nosotros mismos permitirá, en continuación consecuente, la búsqueda de los demás.

Reflexión y chanza no son compatibles. La reflexión, seria y entrañable, consecuencia de un entendimiento adecuado se  presenta como un paso necesario y previo a la necesaria acción que como siempre se  mostrará esquiva y huidiza en sus derrotas o acertada y gozosa en sus triunfos y victorias. Entender no es suficiente. Sólo la acción nos da vida.

Publicado el 19/9/2014 en El Confidencial Digital.

Cuando entender no es suficiente