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No hago aquí referencia a la queja que, como manifestación de dolor, acompaña a la persona en un accidente o enfermedad. Tampoco hago alusión  a la  que se presenta ante quien teniendo responsabilidad suficiente no se ha empleado de forma debida.

Por el contrario, sí que me refiero a una forma de emplearse en la vida que necesita, como justificación, impactar sobre los demás -y sobre uno mismo- de forma lastimera. Quien así se emplea, vive instalado en ella, todo  él es un lamento. Cualquier contratiempo alimentará en su faz una expresión doliente que, como compañera paciente, le acompañará constantemente a la espera de que  otro percance  le permita perpetuar ese rictus de aflicción.

La queja como tal no deja de ser un síntoma que da prueba evidente de la mayor o menor responsabilidad en el individuo, del grado en que se siente dueño de lo que le ocurre y de cómo se gobierna en la dificultad.

La crisis actual nos ha plagado de sinsabores, de momentos de extrema dificultad, de equilibrios económicos llenos de angustia y zozobra y, sin embargo, muchas personas responden de forma diferente, no se quejan. En su libertad han elegido la responsabilidad de intentar hacerse dueños de sus vidas. Causas para la queja les sobran, pero han decidido que, como pérdida de tiempo que es, no les merece mayor atención.

La persona proactiva, aquella que con iniciativa se siente responsable del resultado de sus actos, no se queja. ¿Ante quién el lamento de lo que está en sus manos resolver?  Cuando así se emplea -con queja- el individuo se manifiesta como  irresponsable, como si  resultara extraño a su condición el buen gobierno de su vida.

Si mi pareja fuera más comprensiva, cariñosa, paciente. Si mis hijos fueran mejores estudiantes, más responsables, menos egoístas. Si mis jefes, amigos, vecinos, economía, trabajo, fueran… ¿En qué situación quedamos nosotros? ¿Qué podemos hacer al respecto? ¿Cuándo dejaremos de echar balones fuera? Nada más fácil que, en el que lo desea, encontrar excusa fundamentada a tal cúmulo de  sinsabores.

En palabras de Covey. Siempre que pensemos que el problema está “allí afuera”, este pensamiento es el problema. El paradigma del cambio es entonces  “de afuera hacia dentro”: lo que está afuera tiene que cambiar antes que cambiemos nosotros.

De forma contraria se emplea la   persona proactiva, aquella que se  gobierna y cambia hasta el límite de sus posibilidades  con el ánimo de que el mismo influya en los demás, “de adentro hacia afuera”. Así se muestra el individuo que intenta adueñarse de su vida, que se siente responsable de la misma.

En la frase atribuida a John F. Kennedy, No preguntes lo que tu patria puede hacer por ti, sino lo que tú puedes hacer por tu patria,  se materializa el cambio de paradigma. La negación del aforismo “de afuera hacia adentro” -lo que tu patria puede hacer por ti- precede a la  afirmación de justo lo contrario: lo que tú puedes hacer por tu patria, “de adentro hacia fuera”.

La persona ajena al lamento, y que se gobierna proactivamente, responderá con criterio a preguntas tales como: ¿Tengo o intento tener control de mis circunstancias o por el contrario son ellas las que me controlan?

!Qué mala suerte!, me han suspendido. Así se empleará la persona aferrada a la queja; cuando por contra, debo estudiar más, será la respuesta de quien intentando adueñarse del resultado de la prueba se muestra dispuesta a “tomar el toro por los cuernos”.

!Dios mío, qué vergüenza, cuatro suspensos! ¿Qué dirán mis amigos, hermanos, abuelos, etc.? Quejas y más quejas derivadas de una pose social que nos manifiesta como gobernados cual marionetas por los demás.

Erradicar la queja de nuestras vidas no significa que nos empleemos cual avestruz, esto es, negar la evidencia. Las dificultades y los problemas -enfermedad, desengaño amoroso o percance laboral- como compañeros inseparables de fatiga que son, tarde o temprano nos visitarán. De ahí que debamos encontrar respuesta adecuada a las siguientes cuestiones: ¿Nos centramos en la solución del percance o permanecemos instalados en un lamento irresponsable?, ¿Permanecemos anclados en responder a una retahíla de porqués o por el contrario decidimos movilizar todos nuestros recursos en la solución del mismo?

A Dolores Vega, en el equipaje de su vida no hay cabida para la queja.

Publicado el 18/6/2013 en El Confidencial Digital

La queja como síntoma de falta de responsabilidad