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No hago aquí referencia al concepto de nacionalismo que, como manifestación de un sano sentido de pertenencia a una colectividad,  resulta esencial en el ser humano.

Es en el sentido de pertenencia a una familia, que le entrega amor incondicional,  que la persona adquiere conciencia de lo valioso de su existencia. Necesidad de aceptación que con el paso de los años, y madurez consecuente, requiere de expresiones de relación colectivas más amplias. Así el grupo de amigos, de compañeros de club y, como no, de compatriotas, son, entre otros, los círculos de obligada militancia  que todo ser humano anhela.

“Soy de y pertenezco a” se nos presentan como formas sinónimas que encierran un deseo latente en el ser humano de ser aceptado por alguien -persona o colectivo- que nos acoja con consideración y estima. Tal es su fuerza  que, de no percibirse, se puede concretar en  una importante fuente de infelicidad y amargura.

¿Pero cómo nos aproximamos al sentido de pertenencia a una nación o colectividad? ¿Lo hacemos a partir de nuestros talentos y singularidades (lo que yo  aporto a la misma) o por contra,  cobijamos  nuestras mediocridades  en los éxitos de otros  (lo que la nación nos aporta)? A estos segundos me refiero.

Los españoles somos, los franceses somos… y, como no, los leoneses,  catalanes, y vascos somos… ¿Y el que así se emplea cómo se reivindica a sí mismo? ¿No es signo de una manifiesta pobreza de espíritu presumir de lo que nos es ajeno? ¿Qué aporta a un individuo que se jacta  de que los vascos tienen fama de personas respetuosas con sus compromisos si el que presume de ello -por su condición de vasco- no lo es?

!Qué distinto resulta manifestarse con sano orgullo de los triunfos de Nadal que asumirlos como propios aduciendo que los españoles somos máquinas jugando al tenis!

El célebre España nos roba de algunos catalanes, parece que entra en pura contradicción cuando quien lo esgrime no trabaja. Lo curioso del caso es que los vecinos de Pedralbes, barrio de Barcelona situado por encima de la Diagonal, podrían pensar -algunos lo piensan- que los vecinos del Poble Sec -situado por debajo- también les roban. Todavía no hay ninguna plataforma que lo reivindique pero todo se andará.

La cuestión fundamental se sustenta en que un individuo que no aporta al sistema -seguramente muy a su pesar- se sienta con capacidad suficiente  de esgrimir que le están robando, no en atención a su singularidad -no aporta- sino como componente de una colectividad que se supone que si lo hace. Se niega a sí mismo, queda reducido a un soy en la medida que pertenezco y como pertenezco ya no soy. La necesidad de ser aceptado, de pertenecer a, se transforma en una negación de su singularidad.

Hay nacionalismos que son auténticas máquinas corporativistas; tal es así, que un maltratador, corrupto o defraudador perteneciente a la corporación -nacionalidad- será defendido a capa y espada por el mero hecho de su pertenencia al grupo. Lo sustancial, si lo es, pasa a ocupar un plano secundario: es de los nuestros consecuentemente no lo es.

Así se acaba argumentando que como consecuencia del azar concretado en el lugar de nacimiento, un individuo se puede mostrar como  excelente deportista sin serlo,  víctima de  expolio sin tener propiedad alguna, humano y acogedor siendo soberbio y distante, y así sucesivamente cualidad tras cualidad.

¿Cómo evitar tal despropósito? Con prudencia que es la sabiduría del corazón, y con criterio que, como  hijo de un carácter y conocimientos apropiados,  debe encontrar en la reflexión la fuente inspiradora de un empleo en la vida acorde con la dignidad de la persona y su singularidad.

Al fin y al cabo cuando nos examinamos somos nosotros y no otros los que merecen el aprobado o el suspenso. Cuando nos enfrentamos a una intervención quirúrgica no lo hacen con todos los españoles sino con nosotros mismos. Cuando triunfa nuestro equipo, ¿cómo no vamos a manifestar  alegría?, claro que sí, pero su triunfo no nos hace mejores.

Que distinto resulta el orgullo compartido gracias a compatriotas excelentes en sus registros particulares (todos aportan propiciando un sano orgullo que no se apropia de lo ajeno), al papanatismo derivado de asumir como propios los éxitos, cualidades y bondades de otros que, por arte de magia, se hacen extensivos a todo el colectivo.

Solamente desde una robusta y vital singularidad se pueden formar sociedades sanas. La colectividad que necesite ampararse en la negación del individuo se mostrará siempre enferma. Su mayor logro se plasmará en un individuo sin criterio y por tanto incapacitado para ser libre. De ahí que aunque la sociedad  quiera adjetivarse  como libre no dejará de ser el resultado de  una colectividad incapacitada para emplearse como tal.

 

 

Los nacionalismos como deterioro del alma singular II

Cuando asumimos como propios los éxitos de los demás se vive instalado en una ilusión que, como carente de fundamento que es, tarde o temprano nos acabará estallando entre las manos.

En la ilusión de responsabilizarnos de todo tipo de logros ajenos, subliminalmente se encuentra la negación de nuestras miserias así como la necesidad de establecer nuestra valía por comparación. Comparación que se nos presenta como el resultado  de  un árido diálogo interior  que relativiza nuestro mérito en función de los demás.

A tal fin, resulta indiferente si hablamos de deporte, institución académica o logro científico, lo fundamental radica en encontrar una referencia en el ámbito que sea para, por succión de esa panoplia de logros individuales en lo colectivo -la de la nacionalidad- presentarse siempre  como un “ser” superior.

En el fondo hay un miedo terrible al fracaso, a la derrota, a asumir que no siempre se puede ser el mejor; miedos que como hijos de la soberbia que son necesitan de la ilusión de ser superior,  más cualificado.

Es una forma de cómoda soberbia ya que el individuo no debe esforzarse lo más mínimo en cuanto a su singularidad se refiere, le basta con escoger de la vitrina de trofeos que le brinda su “nacionalidad”  el que quiere mostrar para ahogar la inferioridad de su contrincante. En su mentalidad  contrincante es todo individuo que no pertenece a su tribu (nacionalidad).

Tal forma de emplearse en la vida encierra, entre otras, varias consideraciones: trata de establecer la valía del individuo por comparación con otros colectivos, la misma se produce en la ceguera que propicia toda  soberbia  a la par que se manifiesta ajena a la  singularidad de la persona, se es diferente en lo colectivo -narcisismo colectivo-, en contadas ocasiones se esgrime lo particular del ser.

Podría ser algo así como que somos mejores -los de mi nacionalidad- que vosotros porque tenemos referentes deportivos, culturales y de organización superiores a los vuestros. De esa forma se sintetiza la comparación por colectivos junto a la visión narcisista de la misma y a la renuncia de la singularidad de quien así se expresa.

No todo nacionalista se manifiesta de la manera apuntada, pero sí que son mayoría, amplia mayoría, los que así se emplean.

Vistas y analizadas de forma separada cada una de las consideraciones anteriores no se nos ofrecen rasgos  diferenciados con respecto a circunstancias ajenas al mundo del nacionalismo. Así establecer la valía de uno mismo por comparación no deja de ser un fenómeno de lo más corriente. Su inconveniente consiste en que pone el foco de atención fuera de nosotros; no se trata tanto de lo que somos capaces de hacer en atención a dar lo mejor de nosotros mismos, como de compararnos con mentalidad de escasez.

De idéntica forma ocurre con la soberbia que campa a sus anchas por doquier, así como cualquier tipo de corporativismo que se construye con renuncia a lo singular en el individuo: los abogados somos, los directivos somos, los militarse somos.

Es en la mezcla de las tres circunstancias  donde el nacionalista escaso de reflexión encontrará su caldo de cultivo. Y como al fin y al cabo, presumir de lo que podemos encontrar por la nacionalidad anhelada es gratis y sin esfuerzo, pues aquí tenemos instalados a una gran mayoría de ellos.

La cuestión esencial radica en que, obviando el desarrollo de una vida singularmente plena, el individuo será fácilmente manipulable por algún político avezado en la manipulación de las masas. La única vacuna posible a tanto desgobierno personal se concreta en dotar al individuo de criterio, pero eso, amigos, es harina de otro costal

Publicados el 5/7/, y el 15/7, del 2013

Los nacionalismos como deterioro del alma singular I

Los nacionalismos como deterioro del alma singular II